Microcuento del confinamiento-Ana Martínez de Buen

He visto a una mujer mirar a los hombres que miran a otras mujeres. Los lee y les hace preguntas. Ellos contestan únicamente a su propia mirada. Entonces ella se observa a sí misma, con la delicadeza de alguien que encuentra reliquias en un ropero heredado. Ella voltea a verme y me habla con las manos; cuenta un descubrimiento fantástico: la memoria y la imaginación son la misma tela, vista al derecho y al revés. Me habla con las manos porque teje al escribir. Se necesita imaginación para recordar el peso, el sabor, la textura y el nombre de cada palabra. Yo recuerdo algunas que vivían en el nuevo “antes”, sin añoranza. Otras palabras, ya conocidas, se han vuelto protagonistas en la trama de mi textil. Me pregunto si existe alguna palabra que nombre a la imaginación y la memoria como una sola. Pienso en la evocación y recuerdo que no hay memoria ni imaginación sin cuerpo; el lugar donde trama y urdimbre se tocan. La palabra hogar dejó de sentirse como el final del día en un cuerpo cansado y se transformó en un territorio gigantesco de donde el cuerpo recorre maratones sin agotarse. Retomo mis labores recién fundadas y siento que  siempre han sido así.